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sábado, 17 de mayo de 2014

COLÓN, EL JUICIO FINAL

Por Gustavo Mazzi

La última bola del torneo está a punto de rodar y el insensible croupier está a punto de cantar su frío y lapidario "no va más". No hay lugar para el conformismo ni se admite resignación alguna. Al año de su “refundación”, Colón ya sabe que lo recordará por haberse levantado casi de las cenizas. Queda la satisfacción de haberle hecho pelo y barba al mismísimo River y a Gimnasia, los animadores de un final reñido. No se conforma solo con eso un club que sepultó elefantes, aunque sabe que su presente dista de otros tiempos más fecundos.

La pertenencia no es cosa de románticos; hasta los más pragmáticos pueden entenderla como un camino al resultado. No hablamos de la empalagosa nostalgia; el sentimiento de pertenencia es esencial, hasta diría primario si se trata de fútbol, y no decorativo o estético. No es el marco de la pintura, es la pintura misma. Pone al amor por estos colores por encima de todo lo que se le ha añadido y que obviamente enriquecieron a la institución. El fastuoso estadio, el coqueto predio, la pensión y todo lo demás es accesorio a la pertenencia. Es que la pasión por un club, la herencia, no es lo material, entendés?
Emociona verlos hoy. Grandes y chicos, hombres o mujeres. Amigos, vecinos y hasta los “primos”… Parece mentira como corre la vida cuando peleas por no descender. Y en Santa Fe todos alguna vez, en mayor o menor medida, sintieron ese escalofrío que recorre el cuerpo y no te deja ver más allá del domingo. Todos juegan el partido. Ciudad chica folcklore grande si se trata de la pelota. Siempre están los unos y los otros para vociferar quién sabe más del tema, o quién menos. Están los tranquilos y confiados, los orgullosos, los vanidosos, los pesimistas, los optimistas, los irritantes, los irritables. Pero están todos.
Gabriel le da consejos alentadores a su hijo de ojos “vidriosos”, que se retuerce de dolor de panza desde hace una semana. El pediatra le dijo que sólo eran nervios. “El lunes va a estar mejor” advirtió el Dr Lorefice con su calidez habitual, sin necesidad de chequeos posteriores ni medicación alguna contra la diarrea. El “tordo” la sabe lunga si de pibes se trata, y de “problemas estomacales por fin de temporada con promedios deteriorados”, según el diagnóstico futbolero.
En realidad, no sólo los pibes. Varios mayores acudieron a neurólogos, psicólogos y hasta algún brujito amigo para atenuar tanta incertidumbre. El Dr.Cataldo puede dar fe que él mismo atendió al señor Gabriel, quien sufrió la fisura de parietal derecho, cuando en un esfuerzo supremo por despejar una clara situación de gol de Olimpo, que iba a sobrar fatalmente a Montoya, impactó de lleno su cabeza contra la mesita de luz mientras dormía. Cuando despertó obnubilado de semejante pesadilla, advirtió como al costado de su cama, de rodillas de cara al cielo, gritando a más no poder, con los brazos abiertos, mezclando los chillidos de su voz de niño y los ronquidos incipientes de su madurez en ciernes, estaba su hijo Alan festejando un gol de Arsenal sobre la hora, para condenar a los rafaelinos a la guillotina de la que recién acaba él mismo de escapar.
Y todo siempre por culpa del hombre de la verba florida que sembró desidia recostado en la protección del poder y de algunos medios.
Eufórico, agradecido, emocionado; dueño legítimo y absoluto de las palabras que iba a pronunciar, el padre abrazó a su hijo y le recordó el doloroso diciembre pasado. Dentro y fuera de la cancha. Y no demoró en traer a colación el 0-3 ante Racing hace apenas 18 fechas. “Pero si nos estaban maquillando para velarnos, loco, te acordás” dijo sonriente el “raza” hasta la médula entrado en años. “O acaso no firmábamos con los codos y poníamos de garantía la casa que con tu madre construimos ladrillo por ladrillo, si nos decían que llegábamos a la última fecha con chances”, exclamó victorioso ya reivindicado de lo que sólo era un sueño. “Sí papá”, fue lo único que atinó a decir el chiquilín, cobijado en el mensaje esperanzador del viejo.
Y pensar que muchos son capaces de despojarse de lo poco que tienen por volver a sonreír, mientras otros aprovechan, en este bendito fútbol donde todo pasa, a nutrirse de los humildes para viajar por el mundo con sus amigos y pasear en autos importados en el Country. Igual hay que esperar que esta historia termine, como sea, pero termine, para luego sí encontrar los máximos responsables. Y para eso lo primero que hay que tener es buena memoria. Son los actuales protagonistas los que se someten al juicio final, pero la condena más importante debe recaer en aquellos que llegaron al club hace siete años prometiendo aire fresco y lo contaminaron todo.
El epílogo del torneo se acerca con su desesperante y siempre agobiante carga emotiva. Al final de la agónica incertidumbre le quedan sólo algunas horas. Perdón, “un cardiólogo a la derecha”. Gabriel repasa si cada cábala está lista para cumplirse porque no quiere sentir culpas él de un eventual fracaso, y en todo caso, saber que hizo todo lo que correspondía para llegar al éxito como lo hicieron los jugadores. El pibe ya está más tranquilo, está bien despierto. Ya ambos sin complejos ni fatalismos, que al fin y al cabo, no hacen más que prefigurar un destino rocoso, turbio que nunca suma. Siempre es mejor adherir al vértigo que resuma esperanza y optimismo.
Se infla la manga y bajo un cielo a retazos se muestra ante su gente el equipo de Osella. La multitud está orgullosa de quienes los representaron, de los que se quedaron, de los que están ahí abajo, en la cancha y también en la tabla de promedios. Están y van a dejar la vida. Los hinchas resaltan una vez más la entrega y persistencia de los intérpretes en su lucha por no defraudar. Colón y Rafaela otra vez mano a mano, pero en distintos escenarios. También hay lugar para Godoy Cruz, pero con un poco más de oxígeno. Al sabalero y la Crema jamás los unió el amor y ahora los cobija el espanto. Solo uno se quedará con la gloria. El derrotado podrá dormir tranquilo. No sé si lo está tanto Rafaela, que en esta temporada sacó provecho de la crisis de los rojinegros de manera impiadosa y hasta feróz. Al fin y al cabo aquello ya es historia. Pero esto no. Esto es presente y futuro.
Un partido, un gol, la gloria, el purgatorio, el descenso de uno, la permanencia de dos. El tiempo detenido. El reloj congelado. Falta nada y falta todo. La gente se ilusiona. Lloran. De alegría o de tristeza, por adelantado, saben que esto es demasiado, que es una cláusula con letra demasiado chica dentro de los libros del sufrimiento futbolístico. Una explosión de llanto e incredulidad por parte de todos, cada uno con su propio drama personal: el que se queda, el que se va, el pibe, el padre, vos, ellos, todos. El que va a la cancha, el que lo mira por tele o lo sigue por la radio. Es la fuerza de un cataclismo emotivo. Se contarán mil historias sobre la tarde del domingo. Cada una tendrá los condimentos propios del sufrimiento personal, retoques ornamentales para darle más espectacularidad a lo sucedido. De todas las victorias y derrotas, pocas han tenido esta particularidad de poner en pausa tanto éxtasis y agonía, antes de darle play. El fútbol se alimenta de momentos así. En el potrero, en el torneo de Primera, en la final de un mundial. Y en un Colón-Olimpo. Porque para los Sabaleros esto es más que un Argentina-Brasil en julio en Río de Janeiro. Se los aseguro. Aunque quién soy yo para hablar en representación de ellos.
Distintas situaciones fueron morigerando la importancia de este final que ya se puede vislumbrar en el horizonte cercano. El honor y la vergüenza en juego para definir la categoría de un club, al menos por los próximos seis meses. Al fin y al cabo, la revancha estará a la vuelta de la esquina. Pero siempre pertenecer tiene sus ventajas. Señores, comienza el partido en Santa Fe, y también en Sarandí… llegó la hora del juicio final. (Diez en deportes)

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